Comentario
La muerte de Enrique I (1270-1274), último monarca de la casa de Champaña, convirtió en reina a su hija Juana (1274-1284), de un año de edad. Entre fuertes presiones castellanas y aragonesas, la crisis sucesoria se saldó con una nueva alianza ultrapirenaica: la elección como marido y regente de Felipe (IV), heredero de Felipe III de Francia, a condición de respetar la identidad del reino. Consecuencia de la crisis fue la Guerra de la Navarrería (1275) entre navarros y francos, que finalizó con la ocupación francesa del reino. Felipe III de Francia gobernó desde 1276 en solitario frente a la oposición de las Hermandades de Buenas Villas y las Juntas nobiliarias creadas durante la crisis.
Entre 1276 y 1328 Navarra se convirtió en una autentica dependencia francesa, aunque mantuvo una autonomía oficial al ser gobernada por los herederos de los reyes de Francia sin fusión de los títulos. Tras el gobierno unipersonal de Felipe III reinaron Juana I y Felipe I -IV de Francia- (1285-1305), quien nombró a franceses para los principales cargos. Al morir Juana I fue sucedida por Luis el Hutín -X de Francia- (1305-1316), cuya muerte sin hijos provocó otro problema sucesorio. Pese a los derechos de su hija Juana II, le sucedieron sus hermanos Felipe II -V de Francia- (1316-1322) y Carlos I -IV de Francia- (1322-1328). La crisis sucesoria francesa de 1328 permitió a los navarros desligarse de París y hacer valer los exigidos derechos al trono de Juana II, esposa de Felipe de Evreux, proclamados reyes tras aceptar la fórmula pactista tradicional en 1329. Sin embargo, esta entronización supuso para Navarra una independencia más formal que real, pues los Evreux eran nobles franceses estrechamente sometidos a la política de los Valois. Felipe III de Navarra (1328-1343) reformó los fueros en 1330 y 1342, ganándose el favor del reino. En el exterior mantuvo buenas relaciones con Aragón y Castilla, como lo demuestra su muerte durante el asedio de Algeciras (1343). Juana II (1328-1349) siguió reinando hasta su muerte.